La impunidad ha sido el peor de nuestros males, durante esa larga noche de muertes y derrotas de nuestros grandes hombres, hasta el 20 de septiembre de 2014, cuando Maduro incurrió, una vez más, en el error histórico, al permitir la liberación de Simonovis. Afortunadamente, ese fue el último acto, de dos siglos del ejercicio de pendejos, para favorecer la más certera forma de perder la libertad, a manos del imperialismo que impuso la religión a su medida y la impunidad como valor, disfrazada del perdón, ese valor que jamás concedió a sus adversarios. Miranda en la Carraca, a Ribas y España los decapitó y sólo 30 años de presidio, para Jonathan Pollard, en inusual condescendencia por la influencia israelí.
El imperio del presente exige como aquel, y de muchas otras formas, la condescendencia y el perdón para sicarios y traidores a su servicio, quienes ejecutan actos de terror en países que no se someten a su dominio, como no se ha sometido Venezuela, negada a permitir el despojo de sus riquezas o a suscribir acuerdos de libre comercio que acabarían con su producción agrícola o industrial, como las acabó antes, y lo hace ahora en México o en Colombia, donde decomisan y queman las semillas que el campesino guarda en su casa, para obligarle a comprar semillas de transnacionales estadounidenses, que no puede reproducir y guardar para sembrar.
En la Venezuela Bolivariana que liberó Chávez y sigue libre bajo el liderazgo de Maduro, los sicarios imperiales asesinan inocentes, provocan violencia, destruyen infraestructura y otros bienes sociales, para aterrorizarnos y obligarnos a bajar los pantalones. Sinembargo, Maduro rompió con aquel hilo histórico de la impunidad y los sicarios imperiales están hoy en la cárcel. Maduro ha hecho más difícil, para el imperialismo, acabar con la Revolución Bolivariana, pues ya no habrá perdón para sus sicarios.
Esta rectificación, de la causa de la pérdida de nuestra libertad, que decidió el chofer de nuestro autobús, obligó al imperialismo a desplegar descomunal campaña, intervención de la ONU, Parlamento Europeo, un ejército de ex presidentes lacayos, innumerables ongs, OEA, Corte Interamericana de Derechos Humanos, etc., etc., para imponer la impunidad a favor de sus sicarios. Parece que el Chofer del autobús, que designó DIOS para conducirnos, hará Historia.
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