ARTICULO SOBRE ELECCIONES ARGENTINA "EL ÚLTIMO ACTO"

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Con el debate del domingo último entre los dos candidatos presidenciales que quedaron tras el tamiz de la primera vuelta electoral,  prácticamente culmina la inusitadamente larga campaña electoral.
Una campaña que las cúpulas políticas, tanto nacional como provinciales, se las ingeniaron para fraccionarla y prolongarla casi todo el año, a través de sucesivas elecciones provinciales. No fue pensada así para esclarecer al pueblo sobre el rumbo futuro del país, ni mucho menos para que éste participe de un debate sobre este asunto capital. La intención, no disimulada, de esas dirigencias era tener mayor fuerza regional acumulada para llegar  a la disputa final por el trofeo mayor de la presidencia en mejores condiciones que el eventual contrincante.    

Este formato electoral también les venía como anillo al dedo a los pequeño caudillos regionales, que así aseguraban su continuidad o la de sus protegidos, sin quedar atrapados en el discurso polarizante que, como sucede en estos días, agita al país en el tramo final del proceso electoral. De paso les daba tiempo para desentrañar, con su desarrollado olfato de arribistas, quien tenía posibilidades ciertas de ingresar a la Casa Rosada y renegociar sus relaciones con el próximo gobierno central. 

Este largo periplo electoral no fue nada idílico. No faltaron ni las burdas maniobras clientelares de los aparatos, ni las promesas no cumplidas o irrealizables, ni las pequeñas tramoyas comiciales, ni las operaciones sucias de prensa. También tributó sus muertes, entre ellas la muy oscura de un fiscal federal,  delatando que “algo huele mal en Dinamarca”, como en aquel universo hamletiano. Una campaña donde hubo mucho proselitismo y poco pueblo.  

Se llega así al último acto, en medio de una gran confusión general, alimentada – no podía esperarse otra cosa – por los oligopolios mediáticos, pero patrocinada desde las más altas esferas. Una gran parte de la población, en particular entre los sectores más pobres, pero también entre las clases medias asalariadas, irá a votar el 22 N en contra de…Es decir, cada quien, anclado en su horizonte ideológico, se decidirá por lo que estima el mal menor. 
Peligrosamente esa lógica se ha instalado en gran parte de la sociedad. Es la lógica de la resignación. En nuestro lenguaje coloquial: “es lo que hay…”      

Con el cínico desenfado y la actitud confrontativa que lo identifica Hugo Moyano, el dirigente sindical de los camioneros, en el acto de una de las fracciones de la CGT desnudó ayer esta situación de confusión y pérdida de identidad política. Por supuesto no había ingenuidad en su discurso sino defensa de los intereses corporativos de la burocracia sindical que encabeza. Pero no dejó de desnudar una realidad, recurriendo a la letra mordaz y amarga de uno de nuestros tangos emblemáticos, Cambalache.    

En efecto, ese cambalache fue el que dominó la escena del citado debate entre los dos candidatos, que en verdad fue un simulacro. No hubo tal debate.  Sin vueltas lo reconoce un columnista de la gaceta oficial kirchnerista : “Quienes dicen que no hubo debate no están viendo algo muy importante, lo más sustancioso no estuvo en los argumentos, casi no los hubo, no podía haberlos en el formato dos minutos para explicar el mundo. La batalla que se libró fue por imponer un estilo, un sentido de lo que se quería transmitir, el lugar en donde se quería arrinconar al rival ” (Página 12 . 17.11.15). Se ve claramente que lo importante de la política no son los argumentos, las razones, sino los símbolos, vaciados de todo contenido real. Pura teatralidad y de la mala. No es de extrañarse que el pueblo esté confundido.

Este tipo de discurso es el que le gusta a la nueva derecha, especialmente europea. No lo inventó Macri, acaso lo adecuó a su circunstancia. Un discurso vaciado de contenido, aparentemente despolitizado, calculadamente ambiguo, que hasta puede darse el lujo de apropiarse de formulaciones de cierta izquierda, de aquella izquierda que por su lado hace tiempo renunció a la identidad entre tal condición – ser de izquierda – y la inexcusable y apremiante necesidad de tener una política para enfrentar al capital bajo cualquiera de sus modalidades de explotación.
Por eso este discurso simbólico y vacío también le sienta bien al candidato Scioli, no sólo por genética política y personalidad, sino porque fue designado por aquellos que se auto-impusieron como programa político reconstituir el capitalismo argentino, eso si, bajo un rostro humano. Lo llaman “modelo”. En esto no se puede alegar que el kirchnerismo engañó a nadie. 

No es por casualidad que inmediatamente al debate, los formadores mediáticos de opinión, de lado y lado, coincidían en celebrarlo como un acontecimiento que eleva la calidad de la democracia argentina. Elogian el tipo de democracia que más conviene, la que mejor se adapta, a la situación actual de las distintas fracciones de la burguesía, que carentes de partidos con vínculos reales con las masas, los sustituyen por coaliciones electorales en las cuales podemos encontrar – según la genial ironía de Cambalache – la Biblia junto al calefón.

El sistema de balotaje, impuesto en la reforma de 1994, nació como rueda de auxilio para asegurar la gobernabilidad del sistema frente a la irremediable decadencia hacia la que ya entonces marchaban los dos partidos burgueses que habían sido los garantes del capitalismo argentino desde los años 40, salvo los interregnos golpistas en que esa función la cumplió la corporación militar, con el apoyo o la complacencia de las clases dominantes.  
El radicalismo actual está incapacitado de gobernar por si, porque los derrumbes de los gobiernos que encabezó, primero con Alfonsín  y después con De la Rua, alejaron a gran parte de su base social, asentada en las clases medias. 
El peronismo, que nació desde los trabajadores,  perdió lo que fue su columna vertebral – en buena medida en razón de la crisis estructural del capitalismo argentino – y ha devenido en una suerte de franquicia política, que alberga desde reaccionarios consumados hasta ex – revolucionarios. Y aunque conserva incidencia cultural en los sectores populares perdió identidad política y poder de convocatoria. Sus recientes actos de campaña en lugares cerrados son sólo una expresión de esa realidad.     

La recomposición institucional, tras la crisis del 2001 y el “que se vayan todos” que afloró en la conciencia social, no sirvió para achicar la brecha entre los viejos aparatos políticos, en parte rejuvenecidos – como en el kirchnerismo – y las bases sociales. Cada vez más transformados en maquinarias electorales, tienen cada vez menor capacidad de control social. Por eso se ha desarrollado una significativa y fraccionada “izquierda social”, que ocupa las calles y lucha en sus lugares de trabajo, que defiende los recursos de su entorno del saqueo imperialista, pero que no tiene expresión electoral visible y en la primera vuelta sólo en parte se manifestó a través del FIT.      
Con la imposición de las primarias obligatorias (PASO) por la actual presidenta, no se busco más que forzar al emblocamiento de los desgarrados partidos, corroídos por pujas internas de todo tipo, a la vez que se crearon trabas para la legalización de fuerzas alternativas emergentes. Se agregó un cepo al embudo del balotaje que, en pleno auge del tormento neoliberal, pactaron Menem y Alfonsín. De allí su carácter antidemocrático.    
Por eso no celebramos esta parodia de debate que enceguece más que ilumina, ni nos hincamos ante esta seudo-democracia mediatizada. No es la que permite la expresión real de las necesidades y las angustias de nuestra gente. Más bien la dificulta. Está pendiente y por construirse el sistema democrático que el pueblo trabajador necesita. Por eso no los votamos.

PROMESAS Y REALIDADES
La primera vuelta electoral ya dejo un saldo para la sociedad. No hay dudas, el próximo gobierno, cualquiera sea el vencedor del último round, será mucho más conservador y regresivo que el actual en todos los órdenes, en lo económico, en las libertades democráticas, en lo cultural. Puede deducirse que por tanto la distancia entre gobernantes y gobernados se ahondará, con las consecuencias previsibles, ante un pueblo que, aunque confuso y dividido, no cultiva la pasividad. La fantasía con la cual buscan seducirnos ambos candidatos, de un tiempo promisorio y apacible de reencuentro nacional se disolverá más rápido que una pompa de jabón en el aire. 

También quedará en ilusión las promesas de progreso económico que cada quien, a su modo, propone a los votantes. Hay consenso entre los grupos capitalistas dominantes que es necesario hacer un reajuste de la economía frente a los inocultables desequilibrios macroeconómicos – mayor endeudamiento, déficit comercial, caída de las reservas monetarias, creciente déficit fiscal –, el poco o nulo crecimiento, en medio de una crisis mundial que golpea a los principales mercados argentinos, Brasil, China, la Unión Europea.
En un contexto político de amplio predominio de las fuerzas burguesas, no puede dudarse que serán esos grupos los que impondrán su programa al próximo gobierno, cualquiera sea el ganador de la segunda vuelta. 

En la tradición de nuestra burguesía ese reajuste se concreta en una devaluación monetaria que permita recuperar competitividad internacional a los grandes grupos agro-exportadores conectados a las multinacionales, pero también a los grandes de la industria y en un regreso a los mercados financieros para el ingreso de capitales, clausurados para el capitalismo nativo tras el default de la deuda pública, aún sin resolver en el caso de los fondos buitres. El ajuste también supone un recorte a los subsidios a las tarifas de los servicios públicos.  
De hecho las cámaras empresarias y sus portavoces mediáticos vienen presionando al gobierno en esa dirección desde hace tiempo. Aunque éste tuvo relativo éxito en postergar esas medidas sin que se produzca un desbarranque visible de la moneda, sabe muy bien que las líneas de contención que usó son frágiles y tienen fecha de vencimiento. Esa fecha es cuando traspase el mando. Pero desde hace más de dos años también viene preparando el terreno para que su sucesor pueda retomar la senda que el escuadrón blindado del capitalismo argentino le reclama, dando pasos significativos tales como el arreglo de deuda con los europeos (Club de Paris), el arreglo en CIADI con Repsol, entre otros. 

Abierta o tangencialmente la forma de realizar este ajuste ha sido el tema sustantivo del poco debate que hubo desde las primarias de agosto hasta este fin de la campaña entre los candidatos de las coaliciones mayoritarias.
Macri, que no puede ocultar su conexión directa con los intereses de este sector de la gran burguesía, ni la  identificación de sus asesores – ligados a los grandes grupos financieros y a la élite de la Escuela de Chicago – con las políticas de shock, trató de hacer prudente silencio sobre el tema central mediante vaguedades insustanciales, porque sabe que esas medidas traen malos recuerdos y alejan votos. 

Sin mucho entusiasmo Scioli debió asumirse en el tramo final como el continuador del “modelo” que el oficialismo proclama, pero que disimuladamente también presupone un ajuste, como se dijo.  Sólo que imaginan  que se podrá administrar en dosis homeopática, para que sea menos doloroso para quienes siempre resultan ser los patos de la boda de esta reingeniería financiera: los asalariados y los cuentapropistas  de bajos ingresos.

Sin embargo esta suposición no se sostiene en nuestra experiencia histórica. El peronismo, con toda la potencia social de su primera época, ya enfrentaba este dilema en 1954, cuando la burguesía y el imperialismo, mediante el golpe gorila, aceleraron la respuesta y el ajuste comenzó con Aramburu.  
Tampoco pudo dosificar el ajuste Alfonsín, cuya visión política y poder de convocatoria estaba a años luz de cualquiera de los postulantes actuales, quien debió amoldarse a las exigencias de esa gran burguesía y aplicar el plan austral.  
Es insostenible la fantasía kirchnerista – extensiva a otros reformistas –  que en momentos de crisis a los planes de los peso pesado del capitalismo se los puede poner en caja y contener con lo que llaman “la política”, es decir mediante los acuerdos palaciegos, las transacciones de cúpula y en los pliegues de la institucionalidad burguesa.  
Es conocido que si el kirchnerismo  logró utilizar con éxito durante un período “la política”, es porque cabalgó sobre un shock devaluatorio previo del duhaldismo y encontró una inesperada fase de alza internacional de los precios  de nuestros principales productos de exportación. Esa cabalgata terminó hace tiempo, con la crisis. Pero ya antes, el agro-negocio le había torcido el brazo al oficialismo, que desde entonces no hace más que abrazarlo e implorar que liquide en el Banco Central los dólares que reciben por el trabajo argentino, que ellos controlan, evaden y fugan al exterior. 

Para frenar esta situación no es necesario plantearse “tomar el cielo por asalto”. Bastaría con unificar al pueblo más explotado en lugar de dividirlo, en movilizarlo y en proponerse adoptar algunas de las medidas que ya insinuó el peronismo de la primera época, aunque no se decidió a concretarlo. Claro que esto no está en el horizonte político de ninguno de los dos candidatos. Por eso no los votamos. 

Dentro del campo de las fantasías que promueve el elenco oficial  – también  de otros que inútilmente buscan una burguesía “nacional” –  está la presunción que los empresarios que dependen del mercado interno  debieran oponerse a esta ruta  del ajuste, porque no les conviene que caiga el consumo. La verdad es que estos empresarios sabiendo que no pueden resistirse a los intereses del escuadrón blindado siempre terminaron abrazados a ellos en tanto se les permita trasladar sus costos a los consumidores. Pruebas al canto: el mediático empresario, supuestamente textil, De Mendiguren – que fue entusiasta promotor del frente devaluacionista que volteó a De la Rua – en estos días pidió que se mejore “la competitividad”, es decir devaluar. Es viejo conocido y nadie ignora sus nexos con el sciolismo, vía el duhaldismo que rodea a Massa, a quien apoyó.   

En el acto final de este largo año electoral sólo se terminará de definir quién va a ejecutar el ajuste y bajo que modalidad. No son lo mismo, no se apoyan en idénticas alianzas sociales, pero las reglas ineludibles del capitalismo los empujan en la misma dirección. Por eso no los votamos 

OTRA LÓGICA
El sistema antidemocrático de las primarias obligatorias y el balotaje ya cumplió su cometido en plenitud. No sólo forzó coaliciones impensables, descartó candidatos hasta dejar los dos obligantes, sino que además atrapó en la lógica binaria del mal menor a buena parte de la sociedad, en ambas direcciones. Es decir orientó el pensamiento en el sentido que mejor conviene a los intereses de la burguesía.  Su victoria no sólo será imponernos de una u otra forma el ajuste, sino obligarnos a pensar como ellos quieren.

No quedaron al margen de esta dinámica social reconocidos militantes e intelectuales progresistas, antiimperialistas o de izquierda. Justifican su  convocatoria a votar por Scioli con disímiles argumentos, desde la indudable raíz popular de gran parte del voto que lo apoya hasta la imperiosa necesidad de preservar las alianzas regionales anti-yanquis que se estructuraron con los gobiernos de izquierda y de las cuales fue protagonista el gobierno kirchnerista. Alianzas que sin duda – y en esto coincidimos – el gobierno de Macri intentará revertir, alineándose con los gobiernos de su signo ideológico, Colombia, Perú, Chile. 
Algunos de ellos no sólo convocan a seguirlos en su  voto sino que no se privan de anatemizar a quienes no nos plegamos a su lógica, es decir la que le impuso la burguesía.  

Las experiencias en nuestra historia de reveses recibidos por las fuerzas populares a causa de las opciones por el mal menor son numerosas y en estos días se ha escrito sobre ellas. Sugerimos repasar la dramática experiencia de la clase obrera la primera vez que el peronismo optó por el mal menor, cuando retrocedió del voto en blanco de la resistencia  al voto por Frondizi  por orden de Perón. En pocos meses tuvo la necesidad de tomar las calles, lanzar huelgas generales tratando de frenar la oleada de ajustes y privatizaciones, al costo de enfrentar con centenares de detenidos y heridos la aplicación del represivo Plan CONINTES de la época.  La historia no se repite, pero se supone que hay que aprender de ella.

Sobre el candidato Scioli alcanza con transcribir la caracterización que hace de él, con estilo y honestidad intelectual, uno de los convocantes a votarlo: “La líder y actual presidenta argentina decidió desde algún punto del monte Olimpo que era hora de volver a los orígenes posteriormente negados: el menemo-duhaldismo ungiendo una incertidumbre personificada.  (Cafassi- Rebelión 9.11.15) ”
Es harto dudoso que  esta “incertidumbre personificada” tenga más entidad individual y capacidad de organización colectiva  que la que en su momento tuvieron Frondizi o Alfonsín para resistirse a los pliegos de condiciones que le presente la gran burguesía  y sus socios externos. Pero mucho más dudoso es cuando en su entorno se encuentra nombres como los de Blejer que hizo una pasantía de 20 años en el FMI y además trabajo para el Banco de Inglaterra, o Urtubey, que ya se pronunció por un inmediato arreglo con los fondos buitres.

Tampoco puede generar expectativa alguna la actitud de Scioli en el plano internacional. Como anticipo alcanza con recordar su silencio frente a la provocación de Macri en su ataque al gobierno bolivariano durante el debate, desviándose hacia una difusa defensa de la integración que podrían haberla hecho Alfonsín o Sarney cuando lanzaron el MERCOSUR. No defendemos un mercado común sino la unidad antiimperialista latinoamericana que es distinto y hoy se expresa en el ALBA. 

No podemos cambiar el sistema electoral, pero tenemos derecho a no pensar como nos quieren obligar. 
En la izquierda, incluso en muchos que se reivindica así dentro del kirchnerismo, hay conciencia que se avecinan tiempos de resistencia, independientemente del resultado final de la segunda vuelta. El primer acto de resistencia comienza en distanciarse de la lógica del opresor. En este caso del  “realismo político” que convoca a ungir en la presidencia a quien va a ser funcional a los planes de ajustes señalados.     

Con Marx aprendimos que no concebimos un mundo ideal que debe implementarse sino “Un movimiento real que anula y supera el estado de cosas existentes” (Ideología Alemana). El voto a cualquiera de las dos opciones es un obstáculo para ese movimiento real de la conciencia de nuestro pueblo, que de eso se trata las cosas existentes. Por eso no los votamos.  

PREGUNTAS QUE INCOMODAN
Durante toda la campaña y en el debate final hubo preguntas muy sencillas, que nos hacemos los argentinos, pero que no estuvieron en la agenda de los más votados.

 ¿Porqué si el país produce alimentos para 400 millones de personas y somos 40, hay niños desnutridos? Más allá de la certeza de las estadísticas oficiales, cualquier pediatra de un hospital del gran Buenos Aires puede dar testimonio de esto.   
¿Porqué si tuvimos una década ganada, como repite la presidenta, cualquiera puede encontrar al atardecer en las calles de cualquier  ciudad del país, Buenos Aires, Rosario, Córdoba, un enjambre de hombres y mujeres empujando como bueyes carritos repletos de papel y cartones de desecho?
¿Porqué si mejoró la economía seguimos pagando un IVA del 21 %, uno de los más altos de la región, en los productos esenciales de los sectores más pobres ?
¿Porqué si desde el gobierno se ataca al capital financiero siguen vigente para ese sector las mismas leyes que impuso la dictadura hace casi cuarenta años? 
¿Porqué sigue siendo inaccesible el alquiler de una vivienda digna para un trabajador o incluso un matrimonio donde trabajan ambos? 
¿Porqué siguen creciendo las villas con sus ranchos?
Preguntas sin respuestas de los candidatos. Preguntas que indignan. Aprendimos que el  primer acto de resistencia y revolucionario es indignarse frente a las injusticias del sistema capitalista, también las de nuestro capitalismo nacional y popular.
Como hacía Chávez, como lo hizo y enseñó el Che, como tantos de nuestros camaradas cuyas vidas fueron sesgadas. Lo demás es valor agregado. Y hasta podemos equivocarnos a veces. Desde allí construiremos, resistiendo lo que se viene. No hay espacio para el pesimismo. Por eso no los votamos
19 de Noviembre 2015

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