Katherine Fernández
Rebelión
El movimiento de huertos urbanos está creciendo impulsado fundamentalmente por grupos de vecinos y vecinas que están cobrando una importancia estratégica que nos obliga a entender varios elementos, como la necesidad de aprender a producir alimentos, a gestionar con otro concepto el agua, a concentrar a las familias de los barrios en una actividad que los integra y genera relaciones diversas no solo de amistad sino también de movilización por naturalizar la ciudad, recuperar espacios olvidados, cambiar escombreros y disfrutar el logro de cada fruto en comidas comunitarias, además de alcanzar a escuelas e institutos con una didáctica que va más allá de la botánica y la biología teórica, involucrando directamente sus manos con la tierra lo que produce sentimientos de colaboración, solidaridad, reencuentro y nuevos significados.
Los huertos parecen haberse convertido en una estrategia de enriquecimiento cultural que entrelaza objetivos y proyectos que reconstituyen el tejido social intergeneracional resquebrajado por la infraestructura citadina de edificios, muros y puertas cerradas.
En varias ciudades de España los huertos han pasado por abrumadoras etapas, se han conformado, diluido y vuelto a recomponer por diferentes circunstancias, principalmente por la escasa aceptación o rechazo rotundo que tenían de sus ayuntamientos al principio. Por eso entre sus triunfos principales está su institucionalización a través de la regularización que ha podido cuajar una integralidad vecinal en cada huerto a partir del reconocimiento del sentido, validez y relevancia como organizaciones sociales en la gestión gubernamental de temas urbanos, introduciendo la huerta en la planificación y presupuesto público como una necesidad básica y no como un simple pasatiempo.
En este proceso surgen elementos de análisis como los servicios ecológicos que otorga un área verde: oxígeno, humedad, reconstitución de tierra fértil, revitalización de espacios secos, fortalecimiento de capacidades autoalimentarias, economía del agua, conocimiento de los ciclos anuales de la producción alimentaria, el aporte de hogar para otras especies desde aves hasta insectos que ayudan más allá de la polinización, a una regeneración sistemática. Además inicia otros procesos vitales como la circularización de residuos orgánicos en el compostaje lo que los rescata de la basura cuya disposición final siempre gasta mucho dinero público con el respectivo costo ecológico para todos. Por otro lado también deja planteada una tarea para arquitectos e ingenieros, que es la necesidad de conciliar infraestructuras duras de cemento y asfalto con la agricultura, sea de ornamento o alimentos, lo que rompe el esquema abriendo otra cosmovisión de la ciudad.
Un proyecto paralelo a la habilitación de parcelas para huerto es la investigación de voluntades vecinales para tener huertos en sus azoteas, quienes estén escuchando el llamado a cultivar y sientan decepción al no tener posibilidades cercanas, pueden considerar sus techos y fachadas, como lo plantea la línea de estudio de Julian Briz e Isabel de Felipe, en uno de sus libros titulado Agricultura Urbana Integral, ornamental y alimentaria. Una visión global e internacional, que ha sido publicado este año.
Hoy, los huertos urbanos nos activan con su agenda propia y dinámica de eventos y tareas que trascienden la siembra, el cuidado y la cosecha. Ellos hacen recorridos en bicicleta, distribución de estiércol y otros insumos, intercambio de experiencias prácticas, campañas, talleres, seminarios, asambleas mensuales, encuentros y hasta manifestación de protesta por el agua.
Ya sabemos que los elementos mínimos de vida son agua, aire, tierra, árbol y semillas. Por ahora no pagamos por el aire, pero si seguimos con el ritmo de vida consumista que nos metió en esta crisis climática, seguramente tendremos que pagar por un servicio de tuberías de aire a domicilio. Sin embargo en la situación actual, un árbol, un jardín y un huerto otorgan ese servicio para todos, las áreas verdes son gestores naturales de oxígeno que a su vez deriva en humedad, evaporaciones y vientos en ciclos hídricos completos, por lo tanto también nos dan agua. Siguiendo esta lógica podemos cuestionar por qué los huertos tienen que pagar con dinero por el agua que requieren, por qué no reciben libremente el agua si ellos mismos la generan respondiendo al flujo natural. Si es un servicio ambiental el que dan, por qué no pueden recibir agua sin tener que pagarla.
Aquí también está planteada la urgencia de entender que el agua que necesita un huerto no es para lavar y desechar como en una casa u oficina, es para alimentar el ecosistema que nos da la vida.
En este momento los huertos urbanos de Madrid van a dar el siguiente paso para lo cual están emprendiendo una campaña elemental por agua libre ante el ayuntamiento. Ellos y ellas tienen un gran compromiso por seguir trabajando la tierra, lo que paso a paso va estructurando todo un patrimonio ecológico público que será objeto de estudio para los académicos, porque son áreas abiertas a todo el que desee integrarse, porque ellos no han comprado el terreno ni son propietarios privados. Por eso necesitan del apoyo de toda la ciudadanía para que el ayuntamiento reciba de la gente el fundamento más irrefutable: agua libre para la naturaleza porque ella es quien nos la otorga.
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