Ocurrieron con apenas dos semanas de diferencia y nos dejaron entre atónitos, asombrados e inquietos. Fueron, además, las primeras de magnitud y profundo significado político en más de 15 años en América del Sur. Me refiero a las derrotas de las fuerzas progresistas en las elecciones parlamentarias venezolanas y las presidenciales argentinas.
Sin embargo, ambas experiencias, por dolorosas que nos resulten a las fuerzas de izquierda del continente, pueden significar una oportunidad para iniciar un necesario proceso de autocrítica y de comprensión que nos permita enfrentar de mejor modo los próximos escenarios de disputa, y así impedir la restauración neoliberal. Valga recordar, en ese sentido, la afirmación de Perry Anderson de que “el único punto de partida concebible hoy para una izquierda realista consiste en tomar conciencia de la derrota”.
Y estas dos derrotas tienen mucho que decirnos y constituyen a partir de ahora un necesario campo de observación y aprendizaje empírico para la izquierda latinoamericana, tanto para entender mejor nuestras falencias, como para observar analíticamente el comportamiento de la derecha en sus nuevos contextos de triunfos electorales.
Lo primero que podemos concluir es que tras sus victorias la derecha actuará de manera inmediata, para reinstalar sus concepciones clasistas y explotadoras de la vida social. Si alguien pensó que tras décadas de ser minoría en la región actuarían con gradualidad, se equivocó. La restauración neoliberal será fulminante. Diversas medidas tomadas por el Gobierno de Macri en escasas dos semanas y los contundente anuncios realizados por la derecha venezolana demuestran que, una vez (re)instalados en posiciones de poder institucional, no habrá medias tintas, sino políticas a velocidad de shock.
Y de acuerdo con lo observado, esto se verificará en tres dimensiones: la del capital, del consumo y de la comunicación. El cuidado por estas tres “c”, estará en el centro de la restauración neoliberal latinoamericana.
En cuanto a la primera, ni una semana tardó la derecha venezolana y argentina en dejar explícitamente claro su interés por reinstalar el brutal desequilibrio entre capital y trabajo, en beneficio del primero, por supuesto. La organización patronal Fedecámaras pidió al otro día del triunfo de la MUD derogar la Ley Orgánica del Trabajo. Se trata de una de las más importantes conquistas socio-económicas de la revolución bolivariana que, entre otros, convierte a Venezuela en uno de los pocos países del mundo donde se prohíbe el trabajo tercerizado, protegiendo así a los trabajadores de una de las prácticas más características y perversas de la explotación neoliberal. A su vez, en Argentina el Gobierno de Macri no tardó una semana en comenzar a construir una nueva arquitectura de la distribución del ingreso y la riqueza, disolviendo los mecanismos de control cambiario, megadevaluando la moneda, levantando impuestos a la exportaciones agropecuarias, etc. Como vemos, la derecha nunca se olvida de sus propósitos clasistas, no importa cuánto tiempo lleve perdiendo elecciones, ni cuán desprestigiado esté el neoliberalismo en el sentido común: se trata de regenerar cuanto antes las condiciones necesarias para asegurar la trasferencia de riqueza desde un sector mayoritario hacia el reducido sector de la clase empresarial, o sea, del poder económico. No importa cuán drástico deba ser el ajuste de la macroeconomía, ni el consecuente empobrecimiento de la población mediante el ataque al salario, lo que importa es destruir prontamente lo socialmente conquistado, restablecer el extremo desequilibrio entre capital y trabajo y así devolver el favor a los grupos económicos que financiaron las campagas.
Claramente los grandes perjudicados serán los de siempre: los sectores populares, especialmente aquellos con ingresos fijos, los jubilados, asalariados, beneficiarios de programas sociales, etc. que con la devaluación de la moneda argentina verán mermado su poder adquisitivo. Lo mismo ocurriría en Venezuela si la derecha llega a gobernar: el 7 de diciembre, un día después de las elecciones legislativas, el presidente de Fedecámaras, Francisco Martínez, expresó que la nueva Asamblea Nacional “debe derogar la Ley de Precios Justos para que pueda activarse la producción en el país”. Es decir, que se eliminen las leyes de control de precios. Porque la derecha lo tiene claro: el consumo se debe mantener, pero a través del endeudamiento de los ciudadanos. Porque si la derogación de la Ley del Trabajo significaría el despido de decenas de miles de trabajadores y la insuficiencia salarial, la eliminación del control de precios produciría un alza abrupta de éstos, tal como ocurre en Argentina con la devaluación fulminante de la moneda, y el endeudamiento será lo que garantizará el consumo.
Ese es, indudablemente, el escenario deseado por la derecha: consumo mediante endeudamiento; sólo así se crea un contexto económico-político de disciplinamiento social y de precariedad humana. Porque no se trata solamente de un tema económico, tiene también profundas implicancias ideológicas. El neoliberalismo, sabe bien cuál es su sujeto social ideal y necesario para la reproducción de su sistema de dominación. Se trata del sujeto consumista que pone en el centro de sus utopías y anhelos al consumo. Como bien advierte la economista salvadoreña, Julia Martínez, “el sistema capitalista es una poderosa máquina de generar sujetos que voluntariamente subordinan sus vidas a los valores y a los principios de autoridad que son propios del orden económico, jurídico, político y cultural establecido por el Capital”. Y en este terreno el bloque reaccionario muestra una gran ventaja comparativa con la izquierda latinoamericana, ventaja que ha quedado nítidamente establecida en estas derrotas electorales: a diferencia de la derecha, las fuerzas progresistas de América Latina no tenemos claridad de cómo construir un sujeto social que acompañe, defienda y fortalezca los profundos procesos de reformas sociales que hemos emprendido en el continente en los últimos años y que nos permiten hablar de una “década ganada”. Es decir, a la par que hemos conquistado posiciones y avanzado en lo electoral, lo social, lo geopolítico, lo cultural, etc., no hemos tenido suficiente claridad político-conceptual para, a su vez, ir construyendo el sujeto social de esta época de cambios. Esto ocurre, entre otros, porque la transferencia de la renta hacia los desposeídos sin la construcción de una conciencia revolucionaria, ha redundado en un reforzamiento del estilo de vida propio de la sociedad de consumo. En otras palabras, nosotros mismos, mediante las políticas de distribución e igualdad, de mejoras salariales, de incentivo de la demanda interna, etc. le hemos creado a las clases subalternas un espacio (inédito) en la sociedad de consumo, convirtiendo, de ese modo, el consumismo en una (alienada) conquista social. Así ha sucedido la paradojal situación de que mientras ocurrían nuestros triunfos en lo que se conoce como “el giro a la izquierda” del continente, se nos alejaba del horizonte político el sujeto social que debía acompañar dichas victorias y se consolidaba, consumismo mediante, un sujeto culturalmente afín a los propósitos ideológicos de la derecha.
Finalmente, está el tema de la comunicación. Y cuando digo comunicación no solo me refiero a lo mediático, sino a las estrategias generales que hoy maneja la derecha en el plano de lo simbólico. En primer lugar, debemos aprender a enfrentar sus campañas electorales y su nueva discursividad política. Son campañas que apelan a lo invisible y a lo vacío. Es así como en Venezuela los candidatos chavistas se enfrentaban a candidatos fantasmas de la oposición, a ausencia de rostros de la MUD en la propaganda electoral, carteles sin caras, sin nombres, un enfrentamiento fantasmagórico, desigual por ausencia semiótica del otro. En su reemplazo la derecha erigió el significante vacío de El Cambio como el gran adversario de las fuerzas progresistas argentinas y venezolanas. Esta vacía expresión le sirvió para ocultar su raíz privatizadora y antipopular, pero también para volver a lograr adherencia con parte del sentido común popular, del cual la derecha había sido expulsado en la última década, y establecer sintonía electoral. Es cierto que se trata de una demanda sin contenido, opaca, cínica y mediáticamente formateada, pero igualmente cierto es que funcionó comunicacionalmente como discurso de campaña, tanto en Argentina como en Venezuela. Es decir, fue un acierto político-comunicacional que posibilitó que las mayorías creyeran en eslogans, sin preguntar por programas. Y eso nos debe hacer reflexionar autocriticamente.
En estos años de derrotas en las urnas, la derecha ha aprendido a mimetizarse, a trasvestirse, a enfrentar en contextos adversos los escenarios electorales, y, a diferencia de las fuerzas de izquierda, parece no haber dejado de estudiar la importancia de la comunicación en la lucha política, y de actualizar su conocimiento al respecto. No es de extrañar, por lo mismo, que una de las primeras medidas de Macri haya sido crear el 10 de diciembre, vía decreto, el Ministerio de Comunicación de Argentina (ministerio hasta ahora inexistente en la historia de ese país). El nuevo Ministro de Comunicaciones trasandino es Oscar Aguad, un férreo opositor a la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, aprobada el 2009 y considerada una de las mas progresistas y democráticas del mundo. Asimismo, tuvo lugar de manera inmediata la intervención, también por decreto simple, de las autoridades regulatorias de las leyes audiovisual y de telecomunicaciones, AFSCA (Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual) y AFTIC (Autoridad Federal de Tecnologías de la Información y la Comunicación), respectivamente. Lo más probable ahora es que se revoque la participación de Argentina en Telesur.
Son estas algunas de las dimensiones que como izquierda, y enfrentados a nuevos y sorpresivos escenarios de derrota electoral, deberíamos comenzar a estudiar. La derecha, después de décadas perdiendo la disputa electoral sudamericana ha aprendido mucho, recomponiendo a su favor elementos que deben leerse con atención. La “década en disputa” ha comenzado de golpe, literalmente.
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