HACE 245 AÑOS NACIÓ EL DIFUSOR DE LAS LUCES EN NUESTRA AMÉRICA IDEAS DE SIMÓN RODRÍGUEZ SOBRE REFORMAS SOCIALES Y EDUCATIVAS CONSERVAN SU VIGENCIA
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El 28 de octubre de 1769 nació en Caracas Simón Rodríguez Carreño, quien a partir de 1797 se haría llamar, en su exilio europeo, Samuel Robinson. Fue un original pedagogo y reformador social cuyas ideas han tenido influencia por dos siglos y mantienen vigencia plena para los proyectos de transformación del sistema educativo y republicano venezolano y continental.
REGENERACIÓN DE LA SOCIEDAD
La institución educativa concebida por Rodríguez se inscribe en una visión de Estado que persigue, desde la escuela, regenerar la condición y los modos en que los seres humanos se organizan en sociedad. Para el filósofo-educador, para ello es crucial la igualdad material en las condiciones que se le han de ofrecer a cada individuo para acceder a los medios de consecución de bienestar.
El reformador caraqueño pugnaba por la creación –en los territorios recién emancipados de España– de Repúblicas en las cuales las diferencias de credo, color de la piel o de procedencia social en relación con la propiedad de la riqueza –cuya hegemonía cuestiona –, en ningún caso den pie a la segregación, la desventaja, o que sirvan para burlar en los hechos la igualdad entre los integrantes del cuerpo social, como sucedía, pese a las constituciones formales en la Europa y la Norteamérica de la Revolución Indutrial.
Esa visión choca con los tiempos en los que en Nuestra América se impuso la alianza entre castas oligárquicas, comerciantes, casas importadoras metropolitanas y generales victoriosos del ciclo bélico. En efecto, esa alianza impediría medidas prácticas que asegurasen el cumplimiento a derechos sociales como el trabajo, la salud y la educación.
La propuesta robinsoniana de regeneración de la sociedad atiende –en el contexto de la historia de las ideas– al socialismo utópico que prosperó en Europa a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX con gestores como Henri de Saint-Simon y Robert Owen entre otros.
LA ESCUELA SOCIAL
Rodríguez postula la Escuela Social, a la cual debían asistir todos los párvulos, indiferentemente de su procedencia social. Se trata de una escuela que da a todos igualdad de condiciones para el aprendizaje: todos los niños de la República recibirán el mismo programa, se alimentarán en el horario de de la escuela y ejecutarán las mismas labores manuales e intelectuales.
Esa visión exige la extinción de circunstancias oprobiosas como la esclavitud y las costumbres reverenciales originadas en la Colonia, como aquella que obligaba a peones y esclavos inclinar su cabeza cada vez que se topaban con un mantuano, o prohibirles transitar por la Plaza Mayor. Así, Simón Rodríguez construye un discurso que acomete el foco ideológico de la desigualdad, al someter a juicio dos fundamentos del orden establecido: la libertad personal y el derecho de propiedad. La primera se alega, según Robinson, “para eximirse de toda especie de cooperación al bien general (…) para vivir independientes en medio de la sociedad. el segundo para convertir la usurpación en posesión”.
LAS VELAS DEL PENSAMIENTO
Esta escuela que articula la potencialidad manual e intelectual del individuo, y acompaña los elementos de la realidad que configuran el plan de aprendizaje con una rigurosa formación moral y ciudadana -destinada a afirmar el principio de la igualdad en la sociedad-, al hacerla obligatoria para todos los niños de la República, encontró el escollo de los prejuicios e intereses de las castas dominantes en la Suramérica que emergía de la Guerra de Independencia. Los grandes propietarios la tierra y sectores urbanos pudientes, además del sector ultraconservador del clero en la época se aliarían para hacer fracasar con sus violentas campañas de opinión, reformas que, como la escuela-taller, impulsó Rodríguez en Bogotá, Chuquisaca, y las localidades de Ecuador y Perú donde se estableció para alumbrar con las velas del pensamiento.
Poco antes de partir de Bolivia, tras abandonar el cargo de Director General de Enseñanza que ejercía por designación del Libertador de 1825, Rodríguez escribirá el 4 de septiembre de 1826: “Hay ideas que no son del tiempo presente, aunque sean modernas; ni de moda, aunque sean nuevas. Por querer enseñar más de los que todos saben, pocos me han entendido; muchos me han despreciado y algunos se han tomado el trabajo de ofenderme”.
ILUSTRACIÓN Y ORIGINALIDAD
En sencillas palabras, Juan David García Bacca tributó un homenaje conmovedor al educador caraqueño, cuando expresa “¡qué lecciones podemos y debemos aprender de un Maestro que fue unidad de persona, Sócrates, filósofo cosmopolita y el hombre más extraordinario del mundo!” [Simón Rodríguez. Filósofo y cosmopolita].
Si bien la raíz del ideario social y educativo del maestro del Libertador tiene sus anclas en la Ilustración, especialmente en Juan Jacobo Rousseau, el caraqueño desarrolló ideas originales que trascendían la de por sí original y muy hermosa reflexión del autor del Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres al incursionar en el significado y métodos de la educación y su relación con la sociedad. Las extensas caminatas que Rodríguez hizo hacia 1805 por las rutas de París, Viena y Roma con su joven pupilo Simón Bolívar, indican que era ferviente partidario de los métodos preconizados por Rousseau para enseñar. Al aire libre: en medio de la naturaleza deben dictarse las clases de ciencias naturales, el orden de los vegetales, las clases de animales y los cambios del clima y el ejercicio reflexivo.
ANONADAR CON ELOGIOS
El tratamiento que en su correspondencia dio de modo permanente Simón Bolívar a su maestro de infancia -y mentor en los años de viudez que el entonces veintiañero Simón Bolívar transcurrió en Europa entre 1804 y 1806-, expresan un nivel de estimación y afectos que sólo se registra en su correspondencia con Antonio José de Sucre. Ninguna otra personalidad -salvo excepcionales deferencias con el Abate de Pradt y José Joaquín Olmedo-, recibieron del Libertador tal cantidad de epítetos honrosos.
A Sucre le dedicó un panegírico publicado en forma de escrito biográfico en 1825, donde la coloca en el estrado de las deidades homéricas “La posteridad representará a Sucre con un pie en el Pichincha y el otro en el Potosí, llevando en sus manos la cuna de Manco-Capac y contemplando las cadenas del Perú rotas por su espada”. Y si en el Gran Mariscal de Ayacucho veía Bolívar al continuador de su obra como estadista y reformador, en Rodríguez valora al inspirador de aquellas luminosas ideas que le animaron a dar a su vida un significado de trascendencia y búsqueda de la gloria mediante la hazaña y práctica de la justicia. De allí que dar a Robinson tilos como “Sócrates de Caracas” y “el hombre más extraordinario del mundo” sean el reconocimiento del grado eminente de méritos del pedagogo, andragogo y reformador social caraqueño.
LOS TRADICIONALISTAS Y EL CAMBIO
En tiempos en que todavía perduraba la pesada herencia cultural del régimen colonial, cuando no obstante haberse libertados las manos, como decía Bolívar en su Discurso de Angostura, se mantenían encadenados los espíritus, resultaba muy difícil que la mayoría de los letrados acogiese como uno de los suyos al eterno subvertidor de creencias y maneras de concebir y ejercer la función de la escuela.
De este modo, tras regresar de Europa en 1823, Robinson casi se empobrece completamente, al patrocinar con su modesto peculio la Escuela-Taller, que, bajo su propia dirección puso en funcionamiento en Bogotá ese mismo año de su retorno de Europa. Meses después acompaña al Libertador a Bolívia y es designado Director General de Enseñanza de la nueva República, cargo de donde es retirado por Antonio José de Sucre, quien cedió a los reclamos continuos de las “familias de bien” que objetaban los métodos que empleaba el Maestro, de inspiración roussoniana. Se dice que en una ocasión dio una clase sobre el esqueleto humano, despojándose de la camisa para indicar los huesos del cuerpo. Prácticas como ésta horrorizaron la mentalidad ultraconservadora de la Paz y Chiquisaca.
VEJEZ Y VIAJEROS
En escrito sobre el original caraqueño, el investigador Carlos H. Jorge comenta la visita que a Rodríguez hiciera, en un barrio de Valparaiso en 1840, Luis Antonio Vendel-Heyl, profesor del Colegio Luis El Grande de París:
‘Don Simón estaba reducido a la mayor escasez. Después de tantos viajes y estudios…el pobre…no tenía más que una chaqueta, un pantalón de tela grosera y el viejo sombrero que llevaba cuando le vi. Ni siquiera podía tener el consuelo de publicar el fruto de sus meditaciones, el resultado de sus observaciones a que lo había sacrificado todo. No encontraba ni editor, ni suscriptores para sus obras. Sólo pedía cinco reales por entrega, y aun así no había podido reunir doscientos suscriptores y necesitaba cuatrocientos”.
Otro viajero, Paul Marcoy, alude al deferente trato recibido de Rodríguez “cruzando la tienda detrás del lonjista, penetré en la habitación inmediata al mostrador, la cual me pareció a la vez servir de cocina, de laboratorio y de alcoba… Una india acurrucada delante del hogar preparaba una cena cualquiera, que mi patrón [Simón Rodtríguez] me invitó a compartir(…)diónos agua fresca de la fuente(…)Durante la cena…dio órdenes a su criada para que se cuidase igualmente del arriero y de nuestras monturas”.
TRIBUNALES Y MUJERES
En una reflexión orientada a desvirtuar el enfoque de Alfonso Rumazo González acerca de la relación que sostuvo Rodríguez, en el curso de su existencia, con las mujeres, Carlos H Jorge recuerda un pasaje del folósofo-educador donde éste “indica…cómo son tratadas las mujeres en la tierra y por qué razón han tenido que ir a refugiarse en el cielo”, y cita un razonamiento del pensador: ‘Porque nada importa que haya injusticias de a 4 o de a seis reales; aunque a esa suma se reduzca todo el caudal de una vieja, ¿Si la demanda no alcanza a cubrir el papel sellado ¿cómo se practicarán las diligencias?. La razón es poderosa, porque la Justicia se pesa” [Las mujeres de Simón Rodríguez].
Ente las obras que se conocen del insigne caraqueño están Reflexiones sobre los defectos que vician la escuela de primeras letras en Caracas, Luces y virtudes sociales, El Libertador del Mediodía Americano, aunque muchos de sus escritos se perdieron en un incendio de 1854.
“EL SÓCRATES DE CARACAS”
“He sabido que ha llegado de París un amigo mío, don Simón Rodríguez; si es verdad haga Ud por él cuanto merece un sabio y un amigo mío que adoro. Es un filósofo consumado; y un patriota sin igual; es el Sócrates de Caracas, aunque en pleito con su mujer, como el otro con Jantipa, para que no le falte nada de socrático. Dígale Ud que me escriba mucho; y dele Ud dinero de mi parte librándolo contra mi apoderado en Caracas. Si puede que me venga a ver” [Simón Bolívar a Francisco de Paula Santander, Pallasca, Perú, 8 de diciembre de 1823].
“EL HOMBRE MÁS EXTRAORDINARIO DEL MUNDO”
“… Sin duda es usted el hombre más extraordinario del mundo. Podría usted merecer otros epítetos, pero no quiero darlos por ser descortés al saludar a un huésped que viene de un viejo mundo a saludar al nuevo; sí, a visitar su patria que…que tenía olvidada, no en su corazón, sino en su memoria.
Nadie más que yo sabe lo que usted quiere a nuestra adorada Colombia ¿se acuerda usted cuando fuimos juntos al Monte Sacro en Roma a jurar sobre aquella tierra santa la Libertad de la Patria? Ciertamente no habrá olvidado aquel día de eterna gloria para nosotros, día que anticipó, por decirlo así un juramento profético a la misma esperanza que no debíamos tener.
¡Usted maestro mío, cuánto debe haberme contemplado…a tan remota distancia; con qué avidez habrá seguido usted mis pasos dirigidos muy anticipadamente por usted mismo! Usted formó mi corazón para la Libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido por el sendero que usted me señaló. Usted fue mi piloto, aunque sentado sobre una de las playas de Europa…” [SIMÓN BOLÍVAR, Carta a Simón Rodríguez; Pativilca del 8 de diciembre de 1823]
T/ Néstor Rivero
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