El Bolívar clásico. Recuerdo al Bolívar clásico que le gusta a Ramos Allup. El Padre de la Patria reducido a una estatua cagada de palomas en medio de la plaza que lleva su nombre, tomada por mercaderes baratijas y traficantes de oro. Recuerdo cómo todo lo que a él se refería lo tapaban con los escombros de la miseria de quienes, por insignificantes, necesitaban borrar su grandeza.
El Bolívar clásico, blanco y perfilado, con la mirada vacía. Un Bolívar seco bien lejano a lo que somos. Un Bolívar de voz postiza, impostada, petulante, prestada de un locutor para repetir frases descontextualizadas durante alguna fiesta patria.
¡Ay! Aquellas fiestas patrias: En el palco Presidencial, un enjambre de adecos y copeyanos cuyas barrigas amenazaban con hacer estallar el botón que a duras penas las contenía dentro sus trajes de Clements. Entre bostezos miraban un desfile los separaba de la recepción oficial, llenita de pasapalos y whisky con agua de coco que revolverían los adecos con el dedo meñique, para horror de sus conchupantes copeyanos. ¿A qué hora se acaba esta vaina, Henry? ¡Qué fastidio con Bolívar!
Bolívar minimizado como su Casa Natal, casi en ruinas, reducida a un patio, un salón de escudos y un vigilante que no te dejaba entrar a menos que le dieras una vainita para comprarse una Pepsi. Bolívar abandonado.
El Bolívar clásico, una breve biografía para aprender al caletre y repetirla año tras año en el colegio para pasar un examen: Nombres de padre y madre, nombres de sus maestros, lugar y fecha de nacimiento, lugar y fecha de muerte y poco más, porque si sabíamos más seguramente se encenderían las ideas y querríamos ser como Bolívar. ¡Dios nos libre! -Se persignaban los adecos- ¡Amén! -Añadían los copeyanos-.
El Bolívar clásico en Santa Marta. Ese era el favorito -¡Dígalo ahí Henry!-. En una cama prestada, desterrado, pobre, su cuerpo flaquito que ya no lo sostiene, derrotado. ¡Bolívar muerto, por fin! -Creyeron aliviados y, para nuestro tormento, nos quisieron hacer creer-. “Un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción”. ¡Qué así sea! -Convinieron antibolivarianos, como son-.
Pero, como dice Neruda, Bolívar despertó cuando despertó su pueblo de la mano de Chávez. Y todavía hay adecos pendejos que quieren borrarlo, borrarlos, tapando el sol con un dedo.
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