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Este libro de reciente aparición (mayo de este año) de Paul L. Williams (profesor en la Universidad de Wilkes y Scranton, USA, y antiguo consultor del FBI) es otra vuelta de tuerca más sobre ese turbio, criminal y ominoso capítulo de la historia que fue (y sigue siendo en su versión actual islámica) Gladio, la organización terrorista creada, principalmente, por la CIA y la OTAN para, supuestamente, contener una invasión de la URSS hacia territorio de Europa occidental
pero que, en realidad, esa fabulada amenaza soviética nunca se llevó a cabo y los objetivos de Gladio, verdaderos, fueron la aniquilación de todas las organizaciones de izquierda comunistas occidentales europeas y, por extensión, las de otros países situados en continentes como Latinoamérica o Asia.
Este libro de reciente aparición (mayo de este año) de Paul L. Williams (profesor en la Universidad de Wilkes y Scranton, USA, y antiguo consultor del FBI) es otra vuelta de tuerca más sobre ese turbio, criminal y ominoso capítulo de la historia que fue (y sigue siendo en su versión actual islámica) Gladio, la organización terrorista creada, principalmente, por la CIA y la OTAN para, supuestamente, contener una invasión de la URSS hacia territorio de Europa occidental
pero que, en realidad, esa fabulada amenaza soviética nunca se llevó a cabo y los objetivos de Gladio, verdaderos, fueron la aniquilación de todas las organizaciones de izquierda comunistas occidentales europeas y, por extensión, las de otros países situados en continentes como Latinoamérica o Asia.
Este es, sin duda, el libro que más me ha gustado sobre la trama Gladio de la OTAN (por encima incluso del ya clásico de Daniele Ganser, Los Ejércitos Secretos de la OTAN y del libro de Richard Cottrell (Gladio, una Daga en el corazón de Europa). Como dice Arif Jamal en la página canadiense alternativa GlobalResearch “este libro es un logro académico e intelectual de primer orden que no tiene rival”. Así es, la documentación es abrumadora e inatacable (con cerca de 1000 notas al final y al pie de página). Obviamente, muchas cosas sobre Gladio que relata Williams ya se sabían pero el americano añade otras que le dan un valor intrínseco adicional extraordinario. Sin duda este libro es una nueva bofetada inmensa o un puntapié hacia las partes (innobles) de esos poderes totalitarios capitalistas que harán lo posible para evitar su correcta distribución, si no lo están haciendo ya. En España ya veremos si se deciden a publicarlo (a esta fecha no lo he visto traducido) y en condiciones, es decir, que no aparezca mutilado.
Como no me ha apetecido hacer una reseña simple del libro, en global, he decidido hacer un resumen (más o menos amplio) por capítulos, pero SOLAMENTE del 1 al nº 8 y luego he saltado hasta el 16, porque tenía especial interés en ese apartado. Lógicamente no iba a transcribir todos los capítulos ya que nadie me paga para ello y tampoco era plan de dedicar horas, en exclusiva, a estos menesteres (que ya dedico, de por sí, bastante, hasta que se me acabe el tiempo libre). He condensado lo máximo posible su contenido. Pensé en hacer una suscripción (por tanto, entradas restringidas) para esta serie dedicada a este libro sobre Gladio, un tanto para compensar el esfuerzo dedicado a organizar coherentemente tanto la traducción (la marcada en azul negrita) como una correcta escritura, pero (de momento) lo dejaremos ahí.
CAPÍTULO 1. LAS UNIDADES “STAY-BEHIND”
Este capítulo comienza con una cita del activista Steve Kangas, bien conocida, que transcribo en su literalidad:
La Asociación para una Disidencia Responsable estima que para el año 1987 SEIS MILLONES de personas habían muerto en todo el mundo como consecuencia de las operaciones encubiertas de la CIA. El ex funcionario del Departamento de Estado, William Blum, lo llama correctamente “el Holocausto Americano”. La CIA justificaba estas acciones como parte de su guerra contra el comunismo, pero la mayoría de los golpes de Estado no suponían una amenaza comunista. Varias naciones han tenido la mala suerte de haber sido señaladas por el imperialismo por una amplia variedad de razones: no sólo por las amenazas a los intereses comerciales estadounidenses en el extranjero, sino también por haber realizado reformas liberales e incluso moderadas, de tipo social, por la propia inestabilidad política del país, por la falta de voluntad de un líder para llevar a cabo los dictados de Washington o por las declaraciones de neutralidad en la Guerra Fría. De hecho, nada más ha enfurecido a los directores de la CIA que una nación permaneciese fuera de la “guerra fría”.
(Steve Kangas, 1961-1999, “Memorial de atrocidades de la CIA. Cronología”, 1994)
Sin duda, una de las estrellas más ferozmente anticomunistas de los EEUU, en las primeras décadas del siglo XX, fue el primer director de la CIA, el ultraconservador Allen Dulles. Williams hace una reseña inicial de Dulles, al comienzo de este capítulo, acerca de cuáles eran sus verdaderas motivaciones políticas cuando desempeñaba el cargo de jefe de la OSS (la antecesora de la CIA). En plena II Guerra Mundial Dulles lo tenía muy claro: “Estamos luchando contra el enemigo equivocado”. Allen Dulles, el director suizo de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), llegó a esta conclusión al final del año 1942, cuando la infantería alemana permanecía sumida en el barro y la nieve de las estepas rusas. Dulles había recibido la promesa, a través de mensajeros del Vaticano que habían estado en contacto con el jefe de las SS, Heinrich Himmler y Walter Schellenber (jefe de la Sichterheitsdienst, el servicio de inteligencia exterior de las SS), de que el gobierno nazi había mostrado su disposición a establecer una paz por separado con los Estados Unidos.
Tal reconciliación permitiría al Tercer Reich dirigir su atención completa a la pulverización del enemigo soviético. Cuando Dulles expresó su decisión favorable a discutir la propuesta, el Alto Mando alemán envió el príncipe Max von Hohenlohe, un aristócrata prusiano y hombre de negocios, para reunirse con él en Berna. Hohenlohe se sorprendió al enterarse de que Dulles no sólo respaldó la propuesta nazi, sino también sostuvo que una Alemania fuerte era necesaria como un baluarte contra el bolchevismo.
La esencia de la inmimente guerra fría de EEUU y sus aliados occidentales contra la URSS estaba en aquellas palabras de Dulles y en que los soviéticos habían “establecido una ideología sin Dios que había llamado a la revolución mundial y al colapso del capitalismo”. En definitiva, “los nazis eran cristianos; y compartían con los estadounidenses una herencia occidental común. Aún más importante, los nazis creían en el capitalismo y en el derecho a la propiedad privada”. La ideología de Dulles y la del imperio nazi sintonizaban a la perfección en su objetivo común de liquidar cruentamente a la URSS y, por ello, el jefe de la entonces OSS urgió a un acuerdo de paz con los nazis, sin contar con la URSS. Dicho acuerdo tenía la clave de Operación Sunrise. Según Williams, cuando Stalin se enteró de este proyecto de “entente cordiale” nazi-americano, que ya estaba en marcha, “entró en cólera acusando a sus aliados de Estados Unidos de mala fe y traición”. Roosvelt lo negó pero la intencionalidad de las potencias del Oeste era bien clara.
Uno de los hombres más representativos del recién derrotado nazismo que utilizó EEUU para dirigir las operaciones “stay-behind” en el frente de la guerra fría antisoviética fue Reinhard Gehlen, del que ya se ha hablado en otras entradas. Este personaje había sido el jefe de los espías de Hitler en el frente oriental y bajo su mando habían muerto más de cuatro millones de prisioneros soviéticos. Otro nazi, igualmente amigo de Allen Dulles, fue Karl Wolff (otro experto en matanzas) a quien Dulles salvó de la “quema” partisana a última hora y lo utilizó también para las redes terroristas de Gladio. Gehlen sería agasajado y protegido en EEUU donde establecería la denominada Organización Gehlen, que recibiría total apoyo económico y logístico del Ejército de EEUU, reclutando para la configuración del naciente Gladio a ex soldados del Tercer Reich, veteranos que tenían las suficientes credenciales para ser considerados “acérrimos anticomunistas”.
El principal cerebro de las incipientes operaciones “stay-behind” en Europa procedía de EEUU. Se trataba del famoso espía James Jesus Angleton, calificado por Williams como “un anticomunista rabioso, un anglófilo ardiente, y un devoto católico romano, además de un tipo brillante y peligrosamente paranoico”. Su padre era un “fan” irreductible de Hitler y Mussolini y fue aquél quien puso en contacto a Angleton hijo con uno de los cabecillas del fascismo italiano, el príncipe Valerio Borghese, pieza clave en el terrorismo italiano de Gladio y en el intento de golpe de Estado en Italia, en 1970. Borghese fue otro que se libró de pasar por el cadalso de los partisanos italianos gracias a que Angleton lo salvó a última hora con el fin de reclutarle para las redes anticomunistas “stay-behind” de la posguerra.
CAPÍTULO 2: UN GOLPE DE SUERTE, LAS DROGAS Y LA COMUNIDAD NEGRA
Es innegable que las agencias de inteligencia estadounidenses ayudaron a salir de la cárcel al capo de la droga más importante del mundo (Lucky Luciano), le permitieron reconstruir su imperio de narcóticos y facilitaron el flujo de drogas hacia los guetos, principalmente negros, de Nueva York y Washington DC
(Alexander Cockburn y Jeffrey St. Clair, La CIA, drogas y medios)
El gran problema que surgió a la hora de poner en práctica la red Gladio vino de la financiación. Como no había fondos suficientes para emprender esa tarea gigantesca en toda Europa, un tipo llamado Paul E. Helliwell, coronel del Ejército de EEUU, con amplia experiencia en sufragar con el dinero del opio a la subversión anticomunista en China, se le ocurrió que la financiación encubierta de Gladio podría hacerse de igual modo. ¿Cómo? Suministrando heroína a la comunidad negra de los guetos de Estados Unidos. La venta de heroína a las zonas marginales de los barrios negros proporcionaría a la inteligencia estadounidense un suministro constante de ingresos para Gladio durante toda la era de la posguerra. La idea de Helliwell dio lugar, dice Williams, a una unión entre la comunidad de inteligencia de Estados Unidos y el crimen organizado que daría paso a conflictos, guerras, rebeliones, golpes de Estado financieros y una epidemia general de tráfico de drogas que alteraría para siempre el curso de la historia mundial.
El intermediario más carismático del que se valieron para esa delictiva y criminal empresa fue el conocido gángster Lucky Luciano (y otros como Meyer Lansky) ya que “cualquier aliado era bienvenido y cualquier método era justificable”. Después del desembarco aliado en Sicilia, que propició el auge de la mafia y el control de ésta de las instituciones locales, había llegado el momento de ejecutar el plan de Helliwell para financiar la “guerra sucia” de Gladio. El plan no era otro que utilizar las redes de distribución de drogas del mafioso Luciano aunque, también, se requirió la presencia de otro capo de la droga, Vito Genovese, con el que se podría ejecutar más eficientemente “la distribución de heroína en los clubes nocturnos de Harlem”.
Williams señala que En octubre de 1946, a petición de los agentes de inteligencia de Estados Unidos, Lucky Luciano viajó a Cuba donde se reunió con otros gángsters como Frank Costello, Vito Genovese, Albert Anastasia, y Meyer Lansky para discutir el plan Helliwell. La Operación X se puso en marcha a finales de ese año y tuvo un éxito increíble. El futuro de Gladio y otras empresas encubiertas ya no estaba en peligro. El análisis de Helliwell había sido correcto y los clubes de jazz fueron los lugares idóneos para la expansión del “plan Heliwell” y, por extensión, del propio mercado de heroína, tanto que algunos artistas que actuaban en barrios-guettos como el de Harlem, en Nueva York, incluso sucumbieron a la adicción de la heroína (Charlie Parker). En veinte años el número de adictos a la heroína, en EEUU, pasó de 20.000 a 150.000 personas.
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