Pedro Ibáñez Pedro Ibáñez / librered.net
El anticomunismo impuesto actualmente en el mundo tomó fuerza en Estados Unidos hace 65 años y su gran instigador fue el senador republicano Joseph McCarthy, quien promovió la persecución política en la industria cinematográfica, sindicatos, universidades, partidos políticos y el gobierno, como forma de frenar la conciencia crítica al sistema capitalista, en una etapa también conocida como “Macartismo”.
En la posguerra, luego de 1945, las pruebas atómicas por parte de la Unión Soviética (URSS) y su influencia política en los países de Europa oriental junto al triunfo de los comunistas en China, con la proclamación de la República Popular, reavivaron el sentimiento anticomunista en el establishment estadounidense, representado por senador de Wisconsin, quien en una acusación pública inició un período de persecuciones, delaciones, autocensura y vigilancia.
El 14 de octubre de 1949 pronunció un discurso basado en los “valores estadounidenses” para establecer una percepción negativa sobre el comunismo, haciéndolo ver como “amenaza” para el mundo occidental —representado en el estilo de vida norteamericano— y señaló su presencia en el Departamento de Estado.
De valores ultraconservadores, McCarthy habló de una “contienda final” contra el ateísmo comunista y acusó a este sistema político de ser el culpable de los males de la sociedad, de la cual la norteamericana estaba en peligro debido a que el Gobierno se encontraba “infestado de comunistas”.
Como explica Diego Paiaro en el libro Huellas Imperiales (2003), el “Terror rojo” se presentó en una primera etapa luego de la Revolución de Octubre de 1917, fue suavizado durante la Segunda Guerra Mundial para justificar la acción de la URSS como aliado contra Japón, y en la Guerra Fría se institucionalizó, tanto en los aparatos de Estado ideológicos, la educación, iglesia y cultura, como en los represivos, ejército, cuerpos policiales y de seguridad.
“Uno de los tópicos favoritos en la época macartista, parte fundamental de la ‘histeria’, era la idea de que existía una conspiración comunista con el objetivo de conquistar el mundo”, planteamientos sostenidos por líderes de opinión, el cine, la televisión y las historietas gráficas, explica Paiaro.
Este “segundo Terror rojo” utilizó como instrumento a la Comisión de Actividades Antinorteamericanas de la Cámara de representantes (HUAC, por sus siglas en inglés), organismo creado en la etapa del New Deal de Franklin D. Roosevelt, en la década de 1930, para investigar asociaciones de corte comunista surgidas en el seno de la lucha de clases estimulada por la crisis económica.
La HUAC comenzó a enfocar sus investigaciones en la “infiltración comunista en la industria del cine”, donde comienza a darse el fenómeno de la “caza de brujas” a través de la creación de una serie de expedientes, la coacción a informantes y la captación de “arrepentidos”, además de la orientación de los contenidos producidos para la gran pantalla.
Se fabricaron más de 2.000 expedientes que comprometieron a sindicatos, actores, productores, guionistas y directores. Figuras como Orson Welles, Dashiell Hammet, Arthur Miller, Bertolt Brecht y Charles Chaplin, —estos dos últimos terminaron en el exilio— fueron acusados de comunistas, se crearon listas negras de artistas que profesaban “ideas radicales” y se realizaron interrogatorios “justos” a grandes figuras de Hollywood como Walt Disney, para quien el comunismo era un “antiamericanismo”.
Respecto a los contenidos, el mensaje de la amenaza comunista llegó a las salas, especialmente dirigido a la población juvenil, quienes en filmes de ciencia-ficción experimentaban que “algo” amenazaba sus vidas, como en los largometrajes La cosa del otro mundo (1951) y Marte Planeta Rojo (1952), basadas en el argumento del enemigo invisible y la desconfianza sobre quién nos vigila.
El cine en Estados Unidos siempre fue concebido como industria y sus narraciones se han basado en un mismo gran relato, el del triunfalismo y la razón del hombre blanco que lucha contra un ente subalterno, inicialmente a través del Western, género que crea el esquema bueno-malo, donde el enemigo del sistema siempre serán los pieles rojas, y luego los nazis, japoneses, mexicanos, extraterrestres y más recientemente, los comunistas, representación que ha permeado en la actualidad la conciencia de la gran audiencia mundial de Hollywood.
Para 1958 el Macartismo desaparece, sin embargo, fundó las creencias anticomunistas en la población por la vía de la coacción y de la sanción ejemplarizante, con la quema de libros, la purga de intelectuales en las universidades y la experiencia aleccionadora de haber condenado por televisión a grandes figuras del espectáculo.
El legado del terror macartista fueron leyes severas contra la disidencia y la anulación del pensamiento crítico, acallado con la promoción del estilo de vida estadounidense, mediante contenidos que reivindican a la sociedad de consumo y además la percepción, en lo profundo de esa nación y hacia el extranjero, de ser el mejor país del mundo.
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